La distancia entre escritorios (texto de Jimena Gonzalez)
Debería llegar a la oficina a las 7.55 de la mañana. Sin embargo, todos los días se las arregla para empujar la puerta de entrada giratoria a las 6.30, en un esfuerzo sobre humano por no llegar a las 6 en punto, momento en que el edificio apenas acaba de levantar su inmenso párpado enrejado. Qué hace durante esa media hora, en la que sólo comparte el tercer piso con los libros y sus estampitas, nadie lo sabe. Verónica tiene fundadas sospechas de que intenta encontrar algún cajón sin llave y espiar en la vida de aquel que cometió semejante descuido (o acto de coraje, depende). Hasta ahora, nadie recuerda queja alguna por la falta de implementos. De todas formas, no creo que tenga alma de ladrona (o que alguien le haya dado la oportunidad), aunque sí de golosa, por la inevitable sucesión de chocolates, alfajores, facturas y budines, en su escritorio, bien vigilados por el afro impecable de la imagen de Sai Baba. Sí, ella es confesa “babista”. Y también cree en Santa Teresa. El otro día,